Atlántica 8: Bonanza

El alcalde de Bonanza, Teófilo Rivera, era “del Frente de toda la vida”. Hombre campechano, de trato familiar, ofrecía a la Organización, decía, toda la colaboración de la Alcaldía: terreno, madera, mano de obra, intermediación con la empresa minera para suministro eléctrico gratuito, apoyo en la gestión, expertos contables de la Alcaldía, la ayuda del juez para formular la reglamentación estatutaria.
Le parecía muy bien lo de la junta plural y democrática que supervisara la administración de la farmacia. En la junta, claro estaba, deberían estar representadas las organizaciones locales más significativas -se apresuró a señalar algunas-, como el sindicato de mineros, la asociación de mujeres y la agrupación de campesinos. No le parecía adecuado, sin embargo, aclaraba el alcalde, que manejase la farmacia la Dirección Local de Salud, que tan mal administraba, a su entender, el hospital. En cualquier caso, afirmaba:
-Estamos a la orden, doctor, por el bienestar del pueblo.
Por otro lado, con sentimiento recíproco, el doctor Bermejo consideraba muy arriesgado poner la administración de la farmacia en manos de esta alcaldía de tan dudosa honestidad. A Bermejo le parecía que era mejor que estuviera en manos de la iglesia católica, por ejemplo, o de quien fuese, antes que en las del alcalde.
El padre, que compartía con el doctor las dudas sobre el alcalde, estaba dispuesto a tomar la responsabilidad de la administración pero, el pastor de la iglesia morava haría lo posible, y lo imposible, porque el padre no administrara tal proyecto, ni otro que menguara su influncia, ensanchando la de aquel. El pastor, entre el alcalde y el padre, se queda con el alcalde.
De modo que todo estaba bien enredado, aunque nadie lo hubiera dicho en aquella reunión del día siguiente, que tuvo lugar en la casa de la Alcaldía, donde todo el mundo estaba tan diplomático y cortés y todo eran ofrecimientos y muestras de compromiso. Todos prefirieron hablar de los problemas que podrían sobrevenir de la administración de los botiquines en las comunidades rurales que de lo tocante a la farmacia de Bonanza, que debería abastecerlos.
Finalmente se alcanzaron algunos acuerdos concretos: La Organización, que promovía el proyecto, prepararía un borrador de estatuto para la farmacia; la alcaldía propondría varios terrenos a donar, para iniciar las obras; en el mes siguiente la Dirección de salud organizaría un taller con todos los promotores de las comunidades rurales para explicar el proyecto; y después del taller, la Dirección y la Organización presentarían el proyecto en cada una de las comunidades, para informar a los campesinos.
En la tarde, en la casa de la Organización, Natalie y Miguel discuten sobre la redacción del estatuto y sus implicaciones. La Junta ejercería las funciones de supervisión y control de la farmacia. El problema era que si la junta elegía, finalmente, una organización encargada de la gestión diaria del negocio, ésta recaería, con toda probabilidad, en la Alcaldía. La mayoría de las organizaciones que compondrían la Junta eran filosandinistas, y al margen de lo que sus responsables pensaran sobre el alcalde, ante una votación de aquella naturaleza, cerrarían filas con la Alcaldía. Otra posibilidad podía ser, pensaban, encargar de la cotidiana gestión de la farmacia, con carácter permanente, a una organización determinada, cuyo mandato podría, en todo caso, ser revocado por la junta. Esta última era la solución que se había elegido en Waspam, pero sólo podía operar con un acuerdo amplio, casi unánime, de todos los miembros de la junta, lo que, precisamente, parecía imposible en Bonanza.
Durante aquel fin de semana Natalie y Miguel siguieron hablando con unos y con otros y no pudieron sino confirmar el disenso. En todo caso, pensaba Miguel en voz alta, no iba a recaer la farmacia en las manos de este señor particular, Teófilo Rivera, sino de la institución: la Alcaldía de Bonanza, democráticamente elegida. En realidad no había ninguna otra organización con carácter más representativo en el municipio, de modo que, sobre el papel, teóricamente, era la más idónea para gestionar ese, en gestación, negocio público, sin afán de lucro, que sería la farmacia de Bonanza.
Miguel defendía estos y otros argumentos, todos lógicos, pero no por ello dejaba de compartir los temores de Nathalie. Aquella farmacia podía terminar siendo un negocio privado del señor alcalde o de algún allegado y su estatuto en el cubo de la basura y en el rescoldo de alguna memoria contrariada. ¿Recuerda usted cuando vinieron aquellos cheles con tantas buenas intenciones y tanta democracia y ...?
En aquella noche, Miguel se levantó con el coro de la gallera, sin necesitar despertador.
Llovía.
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