Para Pilar Alcalde. Atlántica 6: Los sucesos de Estelí

Las emisoras, libres de la monotonía democrática, emiten los acontecimientos en tono de parte de guerra, desde sus más nimios detalles.
¿Era el EPS -¡Ejército Popular Sandinista!-, el ejército de los sandinistas o del país entero? Si las armas estaban, aún, en manos de los sandinistas ¿en qué manos estaba la democracia? ¿Qué democracia de a verga era esta?
Mirada atenta de los Estados Unidos. El paquete crediticio pendiente de aprobación, condicionado al avance democrático.
Mi general, comprenda usted que no puede seguir en el cargo si aparece incapaz, ante la opinión pública, de poner coto a estos desmanes. ¿Quién es el pendejo que manda a esos hombres? No es tan pendejo, acaba de vaciar las cajas de los cuatro bancos de la ciudad.
El jefe recompa da una entrevista en el mero centro de la ciudad, en la “esquina de los bancos”. Reclama algo al nuevo gobierno, “gobierno de ladrones, vendido a los gringos”. La gente espera en la calle, a ver que pasa, aunque cerca de la casa de uno o de la de un amigo, para refugiarse cuando empieze la balacera.
-¿Cómo terminará esto don Lucio?.
La periodista es hermosa y a don Lucio le gustaría tener cuarenta años menos.
-Quiera Dios que en paz.
-¿Usted cree que los sacará el EPS, que se matarán entre hermanos?
-Todos somos hermanos -dice don Lucio.
-¿Y el obispo, qué dice el obispo? ¿Usted cree que mediará el obispo? ¿O el cardenal?
-Yo no sé -dice don Lucio.
Al día siguiente, la ciudad registraba una intensa actividad. La gente disputaba la calle a los vehículos, para un echar un vistazo en los tenderetes, comprar algo, ir a hacer un mandado.
Miguel, de no saberlo, hubiera jurado que no había sido allí, donde hacía, apaenas, veinticuatro horas, se habían dejado la vida unos cincuenta recompas y un puñado de soldados. Sí, allí mismo, en la esquina de los bancos, en el parque.
Aquel muchacho no tendría dieciséis años, recordaba Miguel, el de la televisión, aquel que yacía con el cuerpo retorcido, sobre la acera, la cabeza colgando sobre la alcantarilla.
-No señor -contestaba don Lucio amablemente, y añadía:
-Esta casa que usted ve, fue acribillada por la Guardia Nacional, hace ya unos años, cuando la guerra del sandinismo contra la dictadura. Así quiso el Frente que quedara: tal cual; en honor y recuerdo a los muchachos que combatieron a Somoza.
Pero, si querían los doctores, podían ver allá, en la esquina de los bancos, las señales del tiroteo de ayer.
-Vengan, yo los acompaño –dice, solícito, don Lucio.
No le había temblado la mano al Ejército, pensaba don Lucio. Eran otros los muchachos pero eran los mismos. Los muertos, quiero decir. Los muchachos combatieron a Somoza. Los muchachos combatieron a la Contra. Los muchachos tomaron Estelí. Muchachos que combatieron a Somoza y a la Contra mataron a los muchachos que tomaron Estelí. Eran otros pero los mismos muchachos. ¿Porqué no fue el obispo a mediar, o el cardenal? Había cumplido el ejército a satisfacción con su función esencial: matar –¡hijueputa!-, matar. El ejército, hasta aquel día popular sandinista, era, desde entonces, nacional nicaragüense. En otras palabras: capaz de matar a cualquiera. Que calle el gringo. Que vea, pues, que ya no es izquierdista ni sandinista, este ejército, sino matachín y democrático. Afloje la plata el gringo.
-¿Iba a venir el Papa, ahorita, a hacer algún regaño?
También el hospital había sido baleado. Un grupo de recompas se había atrincherado allí, explica el director, que agradece la visita de los doctores y confiesa:
-Sí señor. Algo de miedo sí que pasamos, no les voy a mentir.
Cualquier ayuda que puediran hacer llegar los doctores iba a ser muy bien recibida, -!claro!-, medicamentos, material hospitalario... El servicio, como se comprendía, había estado muy exigido y ustedes saben que siempre trabajamos con una tremenda escasez.
El hospital, huérfano de cualquier trabajo de mantenimiento, no estaba en mejores condiciones que sus hermanos de la Costa Atlántica, que ya Miguel conocía. Pero, a diferencia de aquellos, éste estaba perfectamente rodeado de toda clase de clínicas y negocios de medicina privada, como le indicó a Miguel su compañero de viaje: el doctor Germán López, coordinador de la organización, con sede en Bruselas, “Salud Global”.
Cuarenta muertos no habían alterado un ápice el trajín diaro de la ciudad -meditaba Miguel en el viaje de vuelta-, que se había levantado, al día siguiente, como si tal cosa, como si, después de un día festivo, sobrellevara, con algún dolor de cabeza, la resaca de una mala borrachera. Todos había vuelto a su trabajo salvo, quizás, algún joven de Estelí que debió haber pertenecido a aquella desgraciada tropa.
-No para todos desgraciada, rectificaba Germán. Para algunos había sido la tropa de la fortuna, como para el jefe, que había escapado a la montaña con la plata de los bancos.
Y la memoria de los cuarenta muertos, balbucea Miguel. Pero a veces la plata dura mas que la memoria.
1 comentario
Pilar Alcalde Ballesteros -
En cualquier caso leer, escuchar e interpretar a sus gentes siempre me atrajo. Tú, con tus escritos, trasmites y creo que sin darte cuenta, ese barroquismo que impregna a sus gentes y que nosotros ya perdimos hace mas tiempo del que creemos. Muchas gracias por tu escrito y por hacer caso a mi egoísta petición de continuidad.
Por otro lado, quiero pensar que tu utilización del usted conmigo proviene del barroquismo y caballerosidad de esos pueblos que tanto conoces, o quizás de tu educación familiar y no de tu intuición sobre mi edad. Muchas gracias otra vez por la dedicatoria de Atlántica 6