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EL VIAJERO

Esas miradas

Esas miradas

Hay blancos que miran a los blancos. Hay negros que miran a los negros. Hay blancos que miran a los negros y negros que miran a los blancos. Hay blancos que miran a los blancos de entre los negros superfluos: negros-telón de fondo. A veces -tan sólo a veces-, un blanco entra en un restaurante y hace un leve gesto al único blanco que se encuentra allí. ¿Y porqué me saluda a mí? Quiero decir, a mí precisamente, puede pensar el blanco-blanco de la mirada. Algunas -otras veces-, un blanco entra a un lugar y todos –negros- miran al blanco: practican el “miro al blanco”. El blanco es feo, pálido, a veces peludo. A veces el blanco –la blanca- enseña las piernas. Los blancos se suenan la nariz. ¡Qué cochinos! A veces se suenan en un pañuelo, lo doblan y guardan la marranada en el bolsillo. Sí, cómo lo oyen: yo lo he visto con estos ojos, piensa el negro o un no occidental, un pakistaní por ejemplo. Por cierto: ¿de qué color son ellos, los pakistaníes? Se hace la pregunta un blanco occidental y un negro. El blanco occidental contesta que negro y el negro que blanco. Bueno, todos los blancos occidentales no contestarían eso, pero algunos sí. Algunos -sólo algunos-, blancos saludan a sus colegas étnicos de modo especial cuando entran a un café de Dakar, ya lo hemos dicho. Algunos -de entre aquellos algunos- lo harán por solidaridad. ¿Qué solidaridad? Racial…será. O solidaridad de exilio. El blanco no deja de sentirse expatriado en estas tierras de negros, a veces aún después de muchos años. Los más de los negros saludan a los blancos: “¿Ça va?” y a los negros “Asalam Malecum”. Dios no es cosa de blancos, pues. Los blancos saludan, a los blancos y a los negros: “¿Ça va?” y “¿Ça va?” Ratifican los blancos, entonces, la opinión de los negros. Los blancos -a veces- dicen, contestando a los negros que les acosan en el centro de la ciudad: “yo no soy turista” Los negros acosadores, que son pocos -algunos pocos, pero ¡por Dios que cunden!-, distinguen al blanco del blanco-blanco, o sea, del turista, pero ante la duda actúan: nada se pierde por intentarlo. Hay blancos, sin embargo, que sólo saludan a los negros porque todos los blancos son unos hijos de puta, menos uno -claro está- bueno…, y la novia de uno, y un par de amigos. Hay negros que no saludan al blanco por no molestar. Hay blancos que no saludan al negro porque no saben si procede o qué. Hay blancos que quieren saludar a todos, a toditos los negros que se encuentran en la calle: “criaturitas”.  Vamos que hay de todo en la viña de Alá, concluiría el viajero.

  “¡Vaya: las ocho!”.

 El viajero escucha lejano el cantar flamenco de una mezquita. Afluye, de modo automático, a su memoria el recuerdo del martinete del cantaor de la Isla, el sonido del yunque. Canta, se lamenta, el Camarón desde la mezquita:

 “Las siete van a dar

 en el reloj de la Audiencia:

 ¡Dios mío! ¿Que pasará…?

 Porque he nacido gitano…

 no crean que soy malo,

 que habemos buenos y malos

 y todos semos cristianos”.

 Todos somos cristianos, repite el viajero. Otra categoría. Al principio de los tiempos sólo hubo cuatro: los hombres, las mujeres, los animales y las plantas. ¡Hay tantas ahora…! El cristianismo quiere borrarlas: todos somos hijos de Dios. El marxismo quiere borrarlas...

El viajero abandona el restaurante “Le Regal” para volver a casa. Un letrero que anuncia pastelitos especiales para romper el ayuno recuerda el viajero que mañana comenzará el mes santo del Ramadán. 

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