Retrato de maestro

Don Francisco repasó las cuentas, ante la mirada expectante de sus alumnos, con cara inexpresiva, insondable. Contó en voz baja: Seis aciertos y cuatro fallos. Y apuntó.
Luego, reclamó en voz alta: ¡Manuel García!
Manolito se acercó trémulo a la tarima donde se encaramaba la mesa del maestro.
Cuatro fallos, dijo seco, Don Francisco.
El niño Manuel extendió la mano temblorosa.
Don Francisco exigía la mano franca, el brazo recto, en una palabra: entereza. Advertía con la mirada.
Manolito estiró el bracito… acongojado.
Don Francisco tomó la regla con determinación, sin remilgos. Una, dijo y golpeó con la regla de buena madera de pino la palmita de la mano tierna y sudorosa de Manolito. Dos.
Manolito cerraba los ojos y apretaba los dientes. Al tercer golpe no pudo más y retiró la mano dejando escapar alguna lágrima. Así que el reglazo cayó en el vacío para vergüenza del maestro y chanza de algunos alumnos más mayores.
¡La mano! Exigió el vozarrón furioso de don Francisco.
Y Manolito la acercó enrojecida y lánguida.
Cansóse el maestro y, enfurecido, maniató el codo de Manolito con su mano izquierda. Y golpeó iracundo, girando la regla para poder alcanzar la palma enrojecida del niño, que se ofrecía esquiva. Terminó el castigo… con claro desagrado. Respiró agitado, dos o tres veces. Tornó a sentarse. Retomó la lista.
Y volvió a llamar: Jorge López, dos aciertos, ocho fallos…
Al salir de la clase inacabable Manolito soñó que algún día sería grande como su padre y no tendría que ir nunca más a la escuela o que, al menos, algún día aprendería a dividir y no tendría que soportar tantos reglazos. Si supiera dividir...
Guardaba la mano caliente y llena de pinchacitos en el bolsillo de su bata de rayas azules y blancas y se preguntaba cómo haría para aprender a hacer las cuentas y cómo algunos de sus compañeros podían arreglárselas para no fallar ninguna.
¡Dios mío: Cómo era posible hacer aquello!
En el patio, los más de sus compañeros se arremolinaban detrás de una pelota, pero él se quedó sentadito en un peldaño soplándose la mano inflamada, con disimulo.
Vio salir a don Francisco con otros maestros. Charlaban amigablemente, cruzaban el patio.
Manuel se incorporó y trató de mezclarse un poco en el tumulto sus compañeros, pasar desapercibido.
0 comentarios