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EL VIAJERO

El viajero 4: Un barrio bien tranquilo

El viajero 4: Un barrio bien tranquilo El viajero sigue los pasos de Pierre, caminando sobre las aceras rotas, vestidas, a tramos, con la arena del mar.
-¡Il fait chaud!-, el viajero.
-¡Oui!. Il fait très chaud-, Pierre.
Pierre es el dueño, administrador único y único empleado de una empresa inmobiliaria sin nombre, invisible, que opera en HLM Grand Medine. Pierre conoce todos los inmuebles del barrio, en venta y en alquiler, y si alguien busca vivienda, pues habla con Pierre y éste se pone en marcha.
Pierre siempre dice:
-Está cerca, está aquí al lado. Ahí delante, no más.
Y camina y camina bajo el sol implacable del medio día.
Si le dice usted 200, aceptará el precio, aconseja. Siendo que va usted a quedarse varios mes... O bien sugiere un apartamento sin muebles. Resultaría más barato, dice. Vea: éste tiene la cocina afuera pero está en el mismo borde del mar. Esa playa que está viendo llega hasta Saint Louis. ¡Doscientos cincuenta kilómetros de playa! Sí señor. Por ahí llega el París-Dakar. El barrio es muy tranquilo. Aquí todos somos amigos. ¿Para ir al centro? Créame, no es problema, por la VDN se llega enseguida.
De la comisión que Pierre cobrará por la transacción, éste no dice ni pío. Hablará al final, cuando el cliente -en este caso el viajero- haya, ya, cerrado la negociación con el dueño, ya se sienta como en casa.
Pero eso ya lo sabe el viajero, que ya ha visitado otros barrios.
-¿Cuánto puede usted pagar?- Dice un dueño.
-Disculpe…, me gustaría ver, todavía, otros apartamentos-. No quiere comprometerse, aún, el viajero.
Pierre y el viajero terminan la ronda y se toman una Flag. Bière de luxe. Brassée avec du malt, des céréales de qualité et du houblon finement choisi.
-!Qué botellón!
El viajero escudriña la etiqueta. Sesenta y cinco centilitros.
El uolof -a esta etnia pertenece el agente inmobiliario- se zampa la botella en un santiamén. Tiene que irse.
-Usted disculpe, otro cliente me espera- Se excusa el hombre.
El viajero permanece en la tiendecita. Latas de víveres, rollos de papel higiénico, jabones, insecticidas...
El viajero platica un poco con la concurrencia. Se va soltando, poco a poco, en la lengua de Molière.
-Sí, sin duda, el barrio es bien tranquilo- Afirma un paisano.
Los muchachos juegan al futbol en el arenal que queda frente al negocio. Celebran el último gol con estruendo. Han ganado -informan al viajero-, han metido el penalti en el último minuto. Algunos futbolistas se acercan a la tienda a celebrar.
Pero otro vocerío distinto surge, otra vez, desde el arenal. Todos se giran para ver que es lo que ocurre. Un toro corre en la arena. Parece fuera de control. Algunos muchachos corren tras él, otros delante. El animal lleva una cuerda atada al cuello que va arrastrando por los suelos.
¿Quién sujeta esa cuerda?
El animal pesará -calcula el viajero-, unos trescientos kilos.
Un muchacho, de los que beben cerveza en la tienda, habla a otro en tono de advertencia severa:
-Escúchame bien, Guiñol –dice-: Ni se te ocurra. ¿Me oyes? Ni se te ocurra. Ven aquí. ¡Guiñol! ¡Guiñol! -Grita.
Pero el tal Guiñol ya está en el arenal. El toro ya ha volteado a un muchacho, sale huido, viene a detenerse, justo, al lado de la carretera que separa el arenal del área de viviendas, donde se ubica la tiendecita.
El toro mira a la gente arremolinada en la tienda. Algunos clientes se parapetan, amontonándose, empujándose, tras la barra del negocio.
El viajero piensa en alguna maniobra defensiva o evasiva en caso embestida del animal.
Pero Guiñol llama la atención del astado, que hace por él. El muchacho se arroja de bruces al suelo, como el que se tira al agua. Pasa el animal, como una saeta, por encima. Se levanta Guiñol. !Ahora sí hace honor al apodo! Blanca, su cara de arena. Y de miedo.
En la tiendecita se mezclan las felicitaciones y las recriminaciones. ¡Vea! !Qué cara trae! ¿Comprende por qué le llamamos Guiñol? Preguntan al viajero. ¿Quién hubiera pagado, quién, los gastos de la clínica? Dice uno. ¿Y total, para qué? ¿Para que te digan bravo? Dice otro. Guiñol pide de beber. Algunos muchachos le regalan los últimos tragos de sus botellas. Cerveza ya sin gas, ya caliente. Guiñol los bebe de un golpe, derramando parte del líquido en su torso turbio de arena.
Se defiende Guiñol, algo habla de España, de los toros, de la habilidad de algunos para burlarlos. ¿No es cierto? Se dirige al viajero. Pero ¡hombre de Dios! -le contestan- Ellos son profesionales, se entrenan, se adiestran de padres a hijos. ¡De generación en generación! ¿No es verdad? Se dirigen al viajero.
El viajero contesta algo diplomático. Termina su cerveza, también caliente.
Lo piensa un instante, pero decide que no. Ni a Guiñol le hacía falta más alcohol, ni le parecía bien, al viajero, darle las sobras.
El viajero se despide, cruza la carretera, espera en el arenal a que pase algún taxi.
¿Dónde andará el toro?
Regatea el precio con el taxista.
-No señor, mil setecientos está bien. Mil setecientos, señor, conozco el camino. No señor, disculpe usted, mil setecientos.
Y se ponen en marcha
-¿Vive usted en el barrio?- Pregunta el taxista.
-Pues no, pero quizá venga a vivir. Estoy buscando apartamento.
-!Vaya! Pues yo vivo aquí también. Si usted viene seremos vecinos. ¡Inshalá!
Añade el taxista:
-El barrio es como una familia. Aquí todos somos amigos.
Añade el viajero:
-Sí, Parece bien tranquilo...

2 comentarios

Anónimo -

Pepe Cerdá -

!Estas inmenso, Felisón!. Por acá ya empiezas a tener club de fans..