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EL VIAJERO

(Para Pepe Cerdá, mi instigador y mecenas) El viajero 5: Cuento del condenado

(Para Pepe Cerdá, mi instigador y mecenas) El viajero 5: Cuento del condenado El viajero se sienta frente a su cuaderno. Las hojas están vírgenes, blancas.
Quizá sea mejor dejarlas así, bromea, ácido, consigo mismo.
El viajero ya ha leído todos esos libros sobre cómo escribir, sobre cómo crear, desarrollar la creatividad, etcétera. Ya hizo los ejercicios.
Ya estuvo, el viajero, por ejemplo, escribiendo a diario, nada más levantarse -¡y aún en la cama misma!-, antes de hacer ninguna otra cosa, antes, siquiera, de lavarse la cara; como sugería uno de esos libros. Ya sacó, el viajero, a pasear a ese su pretendido ser interior, que al parecer es como un niño, a ese ser creador que todos llevamos dentro; como sugería otro. También leyó, el viajero, aquello de: “deja de leer cómo hay que escribir y ponte a hacerlo” en un tercero que, sin embargo, no dejaba de ser un libro sobre se debe escribir.
En fin, que ya ha hecho el viajero todas las lecturas, pasado todas esas fiebres.
¿Y ahora qué? Se pregunta el hombre. ¿Por dónde empezar..?
De acuerdo a la teoría de uno de los libros sobre cómo escribir libros –recuerda el viajero-, hay dos seres en el camino, en el camino del artista: uno creador y uno corrector o censor: dos caras en la misma moneda, antagónicas, opuestas pero complementarias, en constante disputa pero, a la vez, dependientes completamente el uno del otro. Dos fuerzas. Dos espíritus.
El Espíritu de Arriba y el de Abajo otra vez, pero ahora dentro de uno, despellejándolo a uno.
El Espíritu Artista no entiende de normas, de convenciones, es un animal sin doctrina, un niño salvaje, sin pulir. El Espíritu Censor es sabio y prudente, garantiza la técnica, la limpieza, es heredero del conocimiento, posee la memoria.
Y claro -¡siendo que así son!-, andan siempre, los dos espíritus, a la greña.
Bien es cierto que este pleito puede ser de mucho beneficio, pero tan cierto es que puede ser estéril. Y aún enfermizo.
¡Que le digan al viajero!
Anda, pues el viajero, tratando de que se avengan, las partes, esas dos partes de sí mismo, un poco a razón, -¿a razón? ¿A la de quién?-; buscando, si no la íntima colaboración -¡si acaso es eso mucho pedir!-, algún pacto, una tregua.
¡Hombre! Usted que ya es mayor... -le dice el viajero a su Espíritu Censor-: tenga un poco de paciencia, deje al muchacho que haga, no lo apremie con tanta norma, es todavía un niño.
¡Espera, espera un poquito! Dice el viajero a su Espíritu Artista. Ahora no es tu turno, deja trabajar al hombre. El nos cuida, nos protege. Lo necesitamos. Es un poco gruñón, ya sé, pero es una buena persona.
En esas anda el viajero, pues, haciendo equilibrios.
En uno de los pocos remansos de paz, abierto entre los dos contendientes, el viajero escribe lo que sigue.

Fragmento escrito por el viajero:

Una mosca gorda y reluciente anda dando vueltas a mi alrededor. Quizá es un mensajero que viene a decir algo o a romper un poco esta soledad prestada por la muerte. Apenas queda semana y media para que me ejecuten. Ella está ahí, al otro lado de la puerta afilando la guadaña para ponerme nervioso. La muy hija de puta afila y afila esa hoja de mierda que ni siquiera será la que tenga el honor, o la vergüenza, de segarme las arterias; sólo es por hacer el ruido. Se oyen pasos, quizá sea el cura. No es mal tipo ese cura. Sólo pregunta que si necesito algo, que si quiero hablar con él, pero ¿qué puedo hablar yo -¡un asesino!- con un cura? Con un cura como ése. Si se tratase del papa Borgia u otro clérigo criminal… ¿Cómo terminaría aquel papa del demonio? Oiga mosen: ¿usted sabe algo de historia? Sí, claro que sabe algo. Lo de la familia Borgia le suena… ¡Ah…! Esas cosas no las enseñan mucho en el seminario, como usted comprenderá, señor asesino. ¿Y qué le enseñaron allá, entonces, a hacerse pajas? ¡No! Mejor le digo que no, que muchas gracias, que no necesito nada. Gracias -repito- y el cura se aleja unos pasos y luego se detiene –supongo… porque no se escuchan más pisadas- y de nuevo sigue su camino a no sé dónde. A rezar, tal vez, por mi alma. A lo mejor, lo único que quiere saber el cura es la verdad. Ahí anda esa mosca otra vez. No sabe que se la juega con un asesino. Pero ¿qué verdad quiere saber el clérigo cerbatana si ya conoce el veredicto? !Culpable! Es penalti cuando pita el árbitro ¿o es que no jugaban al fútbol en el seminario? No me llore señor cura, ni dude. Que de Dios y de la Justicia no hay que dudar. ¡Culpable! Alguno de aquellos estúpidos del jurado puede que estén pensando en mí. Aquella modosita de las gafitas no tendría los treinta… La jodida mosca mide sus buenos dos centímetros. Debe de ser una mosca asesina o alguien a quien le gustan las ejecuciones. La cara que pondría el buen cura... Se imaginan: “Comerme a la de las gafitas.” “Sí, de qué se extraña, ¿acaso no se puede pedir cualquier cosa?” “Sí lo que oye: ¡Comerme a la de las gafitas! ¿Porqué no le pregunta a ella? Estoy seguro que si usted se lo pide…” “Usted no sabe cómo me miraba cuando estaba en el estrado”. Esa estúpida mosca no encuentra la salida. “Es que un asesino tiene su morbo, no vaya usted a creer”. O le podría pedir un cartón de ducados. Está bien: si se pueden pedir dos cosas me gustaría comerme a la de gafitas y un cartón de ducados. Total: no creo que en semana y media me diagnostiquen un cáncer, y si así fuera quizá tuvieran que aplazar el escarmiento. ¿Cómo van a matar a un hombre las manos del hombre cuando antes ya está echada la suerte de Dios? Está bien: si sólo se puede pedir un deseo, entonces…!la de gafitas!”

-¡La de gafitas, la de gafitas…!- Rumiaba el Espíritu Censor.
-¡Hombre! No está tan mal- se defiende el viajero.
-Sí, claro ¡una vez corregida..! –presume el Censor, que tiene, entre sus nobles tareas, la da la corrección de las formas- Pero –inquiría-, ¿qué va usted a escribir a continuación? ¿Ha pensado en ello? ¡La de gafitas, la de gafitas…! No todo van a ser gafitas y gafitas. Además: ¡Venga y dale con la Iglesia! ¿Le ha hecho a usted mal alguno la Iglesia? ¡La iglesia y la de gafitas! ¡Ya está! Ya tenemos tema. ¿Hasta cuándo? ¿Dígame? ¿Hasta cuándo?
Hace una pausa el Espíritu Censor.
Insiste en tono confidencial:
-Mire: si usted deja al muchacho.., a ese que usted se atreve a llamar “el artista”, hacer lo que se le venga en gana…
El Espíritu Artista, sin embargo, esta contento, juega con un aro en el alma del viajero.

2 comentarios

Pepe Cerdá -

Mi querido Felix:
Muchas gracias por reflexionar, y contar tan bonito, sobre los demonios que dirigen todo acto creativo.
Gracias también por acordarte de mí.
Nos vemos en cuanto vuelvas a tu país.
Pepe

Carmen Jaulín Plana -

Me ha gustado mucho. Me ha recordado a "Los detectives salvajes", no sé por qué. Metáforas parecidas se trazaría Bolaño en la cabeza.